Ser madre
En el momento en que nos enteramos que en nueve meses nos convertiremos en madres nuestra percepción y sentimientos hacia el mundo exterior y las personas que lo conforman cambian totalmente; pasamos de ser simples “mortales” a convertirnos en una máquina protectora llena de amor, calidez y un sinnúmero de miedos.
Desde que nos convertimos en madres, nos vemos a nuestra madre reflejada en nuestras propias acciones. Mimos, abrazos, cuidados, amor, canciones de cuna… recuerdos y olores de nuestra infancia vienen e inundan nuestros corazones del amor que recibimos de nuestras madres y que ahora, volcamos en nuestro nuevo retoño.
El ser madre no siempre es dulce y suave, los obstáculos y lo desconocido incrementan nuestra incertidumbre y nuestros miedos, haciéndonos desear un poco de la sabiduría de nuestras madres y es cuando, como por arte de magia, entendemos, comprendemos, valoramos y amamos supremamente el rol, presencia, enseñanzas de nuestra madre.
El convertirse en madre es un compromiso para toda la vida, las responsabilidades, los miedos y la felicidad de nuestros hijos es constante y nos acompañará como nuestra sombra para toda la vida. Es un trabajo arduo y sin otra recompensa que la felicidad de nuestros hijos, 24/7 trabajando de maestra, de personal de limpieza, secretaria, chef, psicóloga, nutrióloga e incluso doctora, un trabajo que implica muchas habilidades, muchas de las cuales ni siquiera imaginábamos teníamos hasta que las descubrimos con nuestro primer hijo.
Además de las habilidades, descubrimos que tenemos un mayor grado de paciencia, compromiso y tolerancia, aparte de ser mas sensibles a situaciones en las que antes simplemente nos dábamos la vuelta: imágenes de niños desamparados, cachorros, niños felices, pequeños zapatitos, fiestas, globos, juguetes y pequeña ropa pueden llenarnos de emoción e incluso hacernos llorar un poco. Nuestra empatía crece, el ser madres nos convierte en mejores seres humanos, de eso no me cabe ninguna duda.
Por gracia de la naturaleza o por intervención de un ser superior, las madres existen y existimos y seguiremos existiendo, siempre un paso adelante, cuidando, amando, ayudando y protegiendo sobre todas las cosas a nuestros pequeños, guiándolos, llevándolos de la mano una y otra vez del mundo que hemos venido construyendo con nuestro esfuerzo, a través de los años y las experiencias que ya hemos pasado, sentando las bases para que nuestros hijos construyan su vida y sean felices… así, de simple.
Si aun no eres madre, te lo digo de todo corazón y con la experiencia que me ha dejado mi primer hijo, no hay trabajo mas complicado, doloroso y al mismo tiempo mas satisfactorio que el de ser madre. Por eso, ámala, cuídala, venera y procura en cada paso a la persona que te trajo al mundo, te recibió, acunó en sus brazos y te dio de beber de su pecho – incluso si de cuando en cuando le dabas unos mordiscos – que se desvela, llena de preocupaciones aunque ya seas un adulto. Tu mamá siempre será tu mamá, no importa cuantos años tengas ni si ya estás casado o tengas hijos o no, por eso. Festéjala, como se lo merece, dale amor, déjale saber que le agradeces cada lágrima y cada alegría que te ha dado… y dile, con todo tu corazón y con toda tu alma:
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